From: Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America
11.2 (1991): 69-85.
Copyright © 1991, The Cervantes Society of America
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ENRIQUE MARTÍNEZ-LÓPEZ |
A ESTANCIA
de don Quijote en tierras catalanas está explícitamente
señalada como una incursión en la historia de su tiempo. Ahí
al ingenioso hidalgo le es dado presenciar cosas que, según Cervantes,
tienen más de lo verdadero que de lo discreto
(60:517)1, porque, presumiblemente, son menos
novelescas y también porque a los ojos de la corte madrileña
parecerían políticamente indiscretas, si no subversivas.
Y, en efecto, don Quijote, que en el episodio
de los alcaldes rebuznantes había asistido al incruento entremés
de una guerra civil, ahora, en sus encuentros con Roque Guinart, Claudia
Jerónima y la familia de Ricote, contemplará cuadros, nada
cómicos, de otras dos contiendas fratricidas: la de los bandos catalanes
y la que dividió a la cristiandad española llamada vieja de
la de origen morisco.
1 Citamos
el Quijote por la edición de Juan Bautista Avalle-Arce, 2 vols.,
Madrid: Alhambra [1979], 1983.
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Y si la aventura del rebuzno, farsa
intrahistórica de las rencillas de
casta,2 había sido presentada como
casi acrónico y utópico invento de la discreción literaria,
éstas de Cataluña proclaman lo verdadero en la puntualidad
con que se señala el lugar y la fecha de los sucesos y porque sacan
como entes de ficción a personas de gran autoridad, cuyo nombre se
silencia (el virrey de Cataluña y el cuatralbo de las galeras de la
Generalitat) y también, y ya sin tapujos de anonimia, al notoriamente
histórico Rocaguinarda, a quien Cervantes llama Roque Guinarde o Guinart.
Sin embargo, y a pesar de tales indicios de verismo, el relato sobre el
bandolero, según justamente observa Martín de Riquer,
presenta una grave contradicción cronológica. Los hechos
aquí narrados por Cervantes transcurren pocos días después
del 20 de julio de 1614, fecha de la carta de Sancho a Teresa; y en tal año
hacía ya más de tres que Perot Rocaguinarda había abandonado
su vida de bandolero, se había acogido al indulto y era capitán
de infantería en
Nápoles.3
El objeto de estas páginas será
dar sentido a la licencia cronológica de Cervantes y mostrar que con
ella se esmeró en lo discreto para, poéticamente,
acertar más en lo verdadero.
Por lo pronto conviene aclarar que tal
contradicción no es resultado de olvido alguno. Los lectores que en
1615 recordasen los pormenores de la remisión de Guinart los
reconocerían en las entrelíneas del relato cervantino donde
no sólo se alude al empleo militar que a la sazón tenía
el ex-bandolero, sino que además se le presenta arrepentido con palabras
en las que resuenan las de su histórica petición de amnistía
en junio de 1610.4
2 Estudio
este episodio en Rebuznos de casta en el Quijote, ponencia
inédita presentada a la Pennsylvania Foreign Language Conference,
en Duquesne University, Pittsburgh, en septiembre de 1988. Aquí Cervantes
tacha de asinina irracionalidad no sólo los venenosos motes de casta
(cazoleros, berenjeneros, jaboneros) sino, en general,
toda guerra civil. Y el que los del pueblo del rebuzno alcen bandera en la
que iba pintado un asno . . . como si estuviese rebuznando
(II.27:247) inevitablemente haría pensar en que los catalanes
también lucían en el tahalí, como insignia del bando
correspondiente, un cerdo (nyerro) o un perrillo (cadell).
Véase John H. Elliott, The Revolt of the Catalans: A Study in the
Decline of Spain (1598-1640), Cambridge: University Press, 1963, p. 75.
3 Cervantes
en Barcelona (Barcelona: Sirmio, 1989), 82.
4 Cervantes lo
saca tratando con especial miramiento a, precisamente, dos capitanes de
infantería española con destino en Nápoles (60:514).
La carta mencionada la publica Riquer y comienza así: Reconociendo
Pedro Roca Guinarda la ceguera con que ha bivido en sus culpas y delictos
y la obligación que le corre de procurar la emienda dellos,
encaminándose por [p. 71] el camino de
la salvación, suplica a Vuestra Excelencia . . . (76).
Es lenguaje muy cercano al de la confesión de Roque (60:513-14) a
don Quijote (le confieso que no hay modo de vivir más
inquieto, no sé qué deseos de venganza que tienen
fuerza de turbar los más sosegados corazones, un pecado
[llama] a otro pecado, me veo en la mitad del laberinto de mis
confusiones) y al de los consejos que le da el ingenioso hidalgo:
los pecadores discretos están más cerca de enmendarse,
y si vuestra merced quiere ahorrar camino y ponerse en el de su
salvación (60:514).
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El lector informado, pues, notaría que las libertades que Cervantes
se tomó aquí con la historia eran deliberadas y tan estudiadas
como las que ya había mostrado en La española
inglesa.5 En cuanto al distraído
lector, es concebible que las páginas de Cervantes le llevaran a
conclusiones no muy apartadas de la realidad histórica. Esto es, que
Guinart se salvaría, porque tal es el desenlace que insinúa
la novela al comunicar ciertos hechos que se asientan poderosamente en la
imaginación.
Uno es que Guinart, a pesar de que el virrey
de Cataluña haya puesto a precio su cabeza por salteador (61:517),
no es un ladrón corriente. Sus crímenes, como también
los de su protegida Claudia Jerónima, han tenido origen casi inevitable
en las antiguas y sangrientas banderías catalanas de niarros y cadells.
Son hijos de una tierra where civil blood makes civil hands unclean
según había dicho Shakespeare de
Verona.6 Se nace, en el parecer de la época,
teniendo en las entrañas el pecado original de ser de
uno u otro bando7 y con ello condicionado
a la irracionalidad de una pasión heredada de . . .
padres y abuelos8 que, según
explican Claudia Jerónima y Guinart, turba el sentido
(60:509) y tiene fuerza de turbar los más sosegados
corazones(60:513). La ofensa personal se hace indistinguible de la
partidista y tiene repercusiones políticas en cuanto su satisfacción
atañe a todo un bando. De ahí resulta que, por vengar un
agravio, imaginado o real, a la honra de la persona /
bandositat, se acaba en la deshonrosa situación de
forajido.9 Guinart define sus robos como
préstamos de nada más que lo necesario
5 El asunto
ha sido bien estudiado por Carroll B. Johnson en La española
inglesa and the Practice of Literary Production, Viator,
Medieval and Renaissance Studies 19 (1988):398.
6 Romeo and
Juliet, prólogo, v. 4. Guinart fue, históricamente, un
niarro a quien la bandosidad llevó al bandidaje (Riquer, 68).
7 Elliott (90);
Javier Salazar Rincón, El mundo social del Quijote
(Madrid: Gredos, 1986), 98.
8 Son palabras
de fray Martín de Ferreira, en 1615, citadas por Riquer (63).
9 60:509, 511,
513; cfr. con 72:593.
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para mantener a sus hombres, a quienes llama mis soldados, y
éstos a su vez motejan de lladres a la justicia que los
persigue (60:515). Y los hechos confirman puntualmente las palabras; en el
asalto que se nos describe, a sus víctimas las despoja de menos de
un 16% de lo que llevan, y, de esto, la mayor parte va destinada a sus
salteadores y lo demás es riqueza que Guinart redistribuye entre los
pobres. Cervantes, que de este modo alude al desnivel económico que
latía en la crisis catalana,10 sin
ironía lo pone como ejemplo de justicia distributiva (60:513).
Otro es que el papel de Guinart se extiende
más allá del punto (capítulo 61) en que deja de hablarse
de él en la novela. A su caso y destino se alude implícitamente
en los sucesos barceloneses protagonizados por el caballero catalán
don Antonio Moreno, el cuatralbo y el virrey de Cataluña y, sobre
todo, la familia del morisco Ricote.
Moreno es cabeza de otros nobles que, como
él, representan la oligarquía urbana del Principado, son
también niarros (60:516-17), y fautores y grandes amigos
del bandolero (60:519).11 Más, Moreno,
tiene gran ascendiente en la corte madrileña (65:552) como lo tiene
sobre los gobernantes en Barcelona, especialmente el virrey, a cuyo lado
aparece de consejero siempre que éste debe ejercer su autoridad.
12
Esto ocurre en el caso de Ricote y
compañía, que es el de cuatro españoles en coyuntura
análoga a la del bandolero: dos moriscos (y los hubo entonces que,
desesperadamente, se habían
10 Cfr.
John H. Elliott, Imperial Spain: 1469-1716 (London: Penguin Books,
1990), 353.
11 Cfr. Ricardo
García Cárcel, Historia de Cataluña: Siglos
XVI-XVII, 2 vols. (Barcelona: Ariel, 1985), I, 265, 344, 347, con Elliott
1963 (68-69, 162-67) y Riquer, 81.
12 Esos viajes
de negocios que forzosamente hacía a Madrid
(62:529, 65:552) pueden entenderse bien como los financieros de un rico activo,
o acaso, o a la vez, los de un conseller o un regente del Consejo
de Aragón a quien sus periódicas gestiones junto a la corte
le habían dado la experiencia en negociar (en su acepción
política, que incluye la de sobornar) que particularmente busca en
él el virrey para que consiga el perdón de los Ricotes. El
cínico comentario con que Moreno se presta a negociarlo
mediante las dádivas (65:552) es comparable a la ironía
con que Jeroni Pujades, en 1610, registra en su Dietari la codicia
de Lerma y sus validos. Entre éstos ejemplo notorio de venalidad
había sido el del conde de Villalonga, Pedro Franqueza, catalán
en alianza con los niarros. Sobre esto y también las limitaciones
del poder virreinal en Cataluña, siempre mediatizado por los intereses
y banderías locales, véanse García Cárcel (I,
256, 356) y Elliott 1963 (75, 105; 81-82, 90-91, 102).
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hecho salteadores13), un cristiano viejo que quiere casarse con morisca y por ella ha aprendido el prohibido árabe y hasta ha pasado a tierra de moros, y un renegado, cristiano encubierto en Berbería (63:541) y miembro podridode la Iglesia en España (65:552). Todos ellos, a pesar de sus buenas intenciones y por factores ajenos a su voluntad, se encuentran fuera de la ley y atrapados en una guerra de banderías, en este caso la mayor de España: la de castas y religiones. Son criaturas marginales que se juegan la vida, ahora a merced del juicio de las autoridades y fuerzas vivas de Cataluña. Raras veces, ya se ve, ha sido Cervantes más cervantino que en esta ocasión. Aquí congrega sospechosos, pero nos aclara que son moralmente buenos. Y los asocia a la suerte de una familia morisca de conducta irreprochable que, por no corresponder a la imagen tópica del inasimilable inasimilado descrito por Fernand Braudel, representará el destino de las víctimas de lo que se ha llamado una doble exclusión, la histórica y la historiográfica.14 Y en todo el episodio, frente a la imperante y prejuiciada desconfianza hacia el marcado como otro,15 se subraya la necesidad de tener fe16 en unos españoles cuya situación, ambigua por la casta, la fe o el parentesco buscado, ponía en un fil (51:435) sin salida las razones de salvarlos o condenarlos como ciudadanos. El veredicto que da el virrey, de consuno con Moreno y según la mejor
13
García Cárcel, II, 127. Cfr. Francisco Márquez Villanueva,
El morisco Ricote o la hispana razón de estado, en
Personajes y temas del Quijote (Madrid: Taurus, 1975), 293, n 156.
14 Es decir,
la exclusión que culminà amb les expulsions de 1609-1614,
i la d'una historiografia que, des de punts de vista de vegades oposats,
per maurofília o per maurofòbia, tampoco no n'ha volgut saber
res (286), según escribe Núria Sales en Els segles
de la decadència (segles XVI-XVIII), vol. IV de la Història
de Catalunya dirigida por Pierre Vilar y coordinada por Jusep Termes
(Barcelona: edicions 62, 1989). El asunto ha sido cuidadosamente estudiado
por Francisco Márquez Villanueva en La criptohistoria morisca
(Los otros conversos), en Augustin Redondo, coordinador, Les
problémes de l'exclusion en Espagne
(XVIe-XVIIe siècles): Idéologie et
discours (Paris: Publications de la Sorbonne, 1983), 78-80, y también
en El problema historiográfico de los moriscos, Bulletin
Hispanique 86 (1984): 85-94.
15
Dudaron el general y el virrey el fiarse del renegado,
ni confiar de los cristianos que habían de bogar el remo
(63:543); malaconsejado perro (63:538).
16 Compárese:
fiole Ana Félix (63:543) con
pareciéndoles no ser de inconveniente alguno que
quedasen en España hija tan cristiana y padre, al
parecer, tan bien intencionado (62:532) y me parece
muy hombre de bien y de muy buenas intenciones (64:544).
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doctrina quijotesca (51:435-36), consiste en desviarse del habitual rigor
justiciero y aceptar como verdadera la buena intención declarada por
los reos17, sin tomar en cuenta sus evidentes
infracciones ni meterse a averiguar más de nadie sacándole
de cuajo su verdad, como solía hacer el Santo Oficio
(25:230).
Es notable el parentesco que muestran estos
casos con el de Guinart. Sobre todo el de Ricote, a quien Cervantes atribuye
las mismas buenas intenciones del bandolero y por ello resalta más
el común aparato libresco de sus biografías, sentidas por sus
protagonistas como involuntaria acción bizantina: han sido lanzados
a la vida errante y sólo otra inopinada y providencial peripecia puede
salvarlos. Si al morisco le parece que su destino está novelescamente
señalado por un inesperado y estraño rodeo (63:542),
Roque, no sólo cree en tales cosas cuando dice que el cielo,
por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados,
suele levantar los caídos y enriquecer los pobres, (60:508),
sino que también, como el bien intencionado morisco (60:552),
está abierto a la esperanza de salvación espiritual. El
peregrino Ricote (63:542), en medio de su destierro e incertidumbre
religiosa, confiaba en Dios: y ruego siempre a Dios me abra los ojos
del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo de servir
(54:462); el bandolero, viviendo al salto de la mata, mudándose
de un lugar a otro (61:517), y rodando en el círculo vicioso
de un abismo que llama a otro, también cuenta con el cielo,
que le llevará a servir al rey a quien había desafiado: pero
Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis
confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro
(60:514).
Parece, pues, plausible que lo que en la novela
se decida sobre el caso de uno de los marginados se predica indirectamente
sobre el del otro. Recalca lo mismo el que la función que Cervantes
asigna al virrey tenga menos que ver con el desarrollo argumental que con
el papel de figurar como símbolo de la autoridad
real.18 Hace, de acuerdo con el nombre de
su empleo, las
17
Compárense las palabras de Ricote y Sancho en 63:542 con los lugares
citados en las dos notas precedentes. La suma importancia que da Cervantes
a la intención ha sido destacada por Daniel Eisenberg, A Study
of Don Quijote (Newark, Delaware: Juan de la Cuesta Hispanic
Monographs, 1987), 13.
18 El papel
que ejerce en el desenlace de la odisea de Ana Félix pudo haberlo
hecho de manera más verista el general de las galeras asistido de
Antonio Moreno. La sumamente inverosímil introducción
del virrey en [p. 75] esta aventura ha sido notada
por los comentaristas desde Clemencín a Gaos (II, 915, n 237), a quienes
se suma con regodeo Arthur Efron, Don Quixote and the Dulcineated World
(Austin: University of Texas Press, 1971), 138. También se ha tachado
de cosas fuera de la realidad (ver Gaos, II, 937 n 142, y V.
Lloréns, Historia y ficción en el Quijote,
en George Haley, ed., El Quijote de Cervantes, Madrid:
Taurus, 1980, 262) que un virrey hospede en su casa a un tendero morisco
(65:553) y que éste decidiese vivir en Alemania (54:462), como si
para un manchego pudiera tener atractivo alguno el ambiente de la severa
Augsburgo (253), según se lee en Antonio Domínguez Ortiz
y Bernard Vincent, Historia de los moriscos: Vida y tragedia de una
minoría (Madrid: Publicaciones de la Revista de Occidente, 1979),
253. Importante es añadir que tales infracciones, como la que ahora
comentamos, tienen propósitos especiales. Así lo hizo Márquez
Villanueva (El morisco Ricote, 283) y luego Domínguez
Ortiz destacando que Cervantes lleva Ricote a Augsburgo porque quiso hacer
un breve excursus sobre aquella libertad de conciencia que quizás
él en secreto admiraba (ibid.) A este asunto vuelve con
más detención Carroll B. Johnson en Ortodoxia y
anticapitalismo en el siglo XVII: el caso del morisco Ricote, en las
páginas 285-96 de Hispanic Studies in Honor of Joseph H.
Silverman, coordinados por Joseph V. Ricapito (Newark, Delaware: Juan
de la Cuesta, 1988), donde también pone en claro cómo el tendero
morisco es una figura paradigmática que representa, en el sentido
teatral de representar, el modelo económico que España
necesitaba y había rechazado.
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veces de rey. Pero de rey literario, como el de las comedias, impartiendo justicia poética al final de la acción. Por eso mismo pone en evidencia al rey de verdad cuya justicia respecto a los moriscos bien pudo haber parecido al lector contemporáneo una venganza a sangre helada (63:543), de acuerdo con la mentalidad del cuatralbo, quien debía saber lo que se decía, ya que históricamente las galeras de Cataluña ayudaron a sacar a los moriscos de España (Riquer, 46). Frente al cuadro cervantino, la justicia real resulta serlo sólo en el sentido, familiar a los marginados,19 de ajusticiar o perseguir a los pobres infelices20
19 Stephen
Gilman, Matthew V:10 in Castilian jest and Earnest, Studia
Hispanica in Honorem R. Lapesa, Madrid: Gredos, 1972, I, 257-65; Francisco
Márquez Villanueva, Letrados, consejeros y justicias,
Hispanic Review 53 (1985): 212-16.
20 La justicia
del virrey, en cambio, es la que Ricote describe como la integridad
de . . . justicia que permite abrir puertas a la
misericordia (63:542). La del rey a quien Ricote hace objeto
de críptica ironía al pintar su decreto de expulsión
con los afeites de justa razón y pena blanda y
suave, parches a los que añade expresiones de dos filos como
gallarda resolución y, sobre todo, inaudita
prudencia (65:553) es la que hace por él el conde de Salazar,
de quien Ricote dice es verdad que él mezcla la misericordia
con la justicia (65:552) sabiendo que la historia afirmaría
exactamente lo contrario, como luego da a entender. Cerrar, en fin, la perorata
[p. 76] refiriéndose al conde con las
palabras al tal Don Bernardino, según notó
Diego Clemencín en su ed. del Quijote (Madrid: Viuda de Hernando,
1894), más bien es fórmula de desprecio que de otra
cosa (VIII, 159, n 24).
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elegidos como víctima propiciatoria de una época de
crisis.21
Que la misión del virrey sea la de sugerir
la tolerancia como alternativa a la política reinante se anticipa
ya en las páginas de los bandoleros, donde se le introduce
asociándosele con un violento episodio simbólicamente nacional
que, por ofrecer el primer ejemplo en la novela de muerte por
agresión, es de modo sobresaliente preparatorio de la agresión
mayor presentada en la única escena de guerra real que hay en el
Quijote, la caza marítima de Ana Félix Ricote, transcurrida
ante los ojos del virrey.22 Son dos verdaderos
derramamientos de sangre, ambos en conflictos de parcialidades españolas
y por ello con la significación política de guerras civiles,
diversas en su envergadura y causas remotas, pero que tienen en común
el encarnizamiento enconado por la decisión de un gobierno que, desechando
como soluciones las conciliatorias, opta por las represivas.
Frente a ello lo que el lector coetáneo
iba a encontrar en estos capítulos es a un representante del rey cuya
indiscreta política el fraternizar con niarros y moriscos fuera
de la ley pone en tela de juicio la del monarca. Difícilmente
podría ese lector ver representada en el virrey patriótica
adhesión al edicto que ordenaba el destierro de los moriscos cuando
Cervantes, atento a lo que pasaba en Cataluña, lo saca en
compañía de Moreno y Ricote conspirando, como los habitantes
de Ascó, contra la mente y tenor del bando
real.23 La amistad misma que el virrey
tiene con Moreno significa, por lo pronto, una contravención a las
instrucciones de la Corona recomendando a sus representantes evitar
familiaridad estrecha . . . con personas interesadas en los
bandos que hay en aquella
tierra.24 Más grave aun es que
haga de Moreno una especie de subordinado y consejero (Salazar
Rincón, 98). De esto resulta que si, por un lado, es evidente
21 Pierre
Vilar, El tiempo del Quijote, en Crecimiento y desarrollo,
economía e historia: Reflexiones sobre el caso español
(Barcelona: Ariel, 1964), 435.
22 La cita es
de Riquer (43), quien ya había notado estas singularidades en su
Aproximación al Quijote (1960). Véase también
P. E. Russell, Cervantes (Oxford: Oxford University Press, 1985),
68.
23 Palabras
citadas en Sales (294). Cfr. infra, n 39.
24 En documento
de 1588 dirigido al virrey García de Toledo que citan Joan Reglà,
Bandolers, pirates i hugonots a la Catalunya del segle XVI (Barcelona:
Editorial Selecta, 1969), 100 (es reelaboración aumentada de Felip
II i Catalunya) y Salazar Rincón (98).
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que el virrey cervantino ahorca a los bandoleros de veinte en veinte
y de treinta en treinta (60:507) y echa muchos bandos sobre
la vida de Guinart (61:517), por otra cabe preguntarse si su campaña
no estaría representando la descrita por fray Jusep Serrano en 1614,
cuando estaba de virrey el marqués de Almazán, y en la que
no ay horca ni cuchillo para las cabeças, sino para los pies
descalços que no tienen abrigo, favor ni dinero; por esto están
los bandoleros tan de asiento en este Principado
.25 Por lo que Cervantes cuenta del
ascendiente que tiene Moreno con el virrey y del fastuoso tren de vida que
lleva con sus amigos caballeros, es obvio que ni ellos ni su protegido Guinart
serán víctimas del cuchillo ni horca de la justicia. En un
memorial de 1615 dirigido a Felipe III, y en el que se refleja bien la
situación a que se había llegado durante el gobierno de
Almazán, se denuncia de nuevo esta especie de ley del embudo
señalándose su índole partidista: el daño
está en que los que han de executar las prisiones y perseguir los
bandoleros están también con la misma enfermedad de la pasión
dicha [el estar divididos en dos vandos de ñarros y
cadelles].26
No puntualiza Cervantes si el virrey es un
ingenuo que se deja manipular por Moreno ni a qué razones se debiera
su aparente adhesión al bando niarro, aunque es fácil suponer
que fuera por conveniencia económica, vista la desfachatez con que
Moreno le asegura que la corte es sobornable por medio del favor y
de las dádivas (65:552).27 De
lo que sí podemos estar ciertos es que para los lectores
contemporáneos el virrey se
25 Citado
por García Cárcel, I, 259.
26 Citado por
Riquer, Cervantes en Barcelona, 64.
27 Pellicer
documentó en sus anotaciones al Quijote, en la ed. de
Francisco Bonosio Piferrer (Madrid: J. Repullés, 1854), IV: 238-39
n 1) la venalidad de algunos comisarios de la expulsión. Sensible
también a las dádivas, o indiferente a que la mujer e hijas
invalidasen sus medidas contra el bandolerismo, parece haber sido el virrey
Almazán (1611-15), aunque su conducta, ambigua o faccionaria, bien
podría explicarse como desplante personalista y señorial de
un Mendoza irascible. Ver Jaime Carrera Pujal, Historia política
y económica de Cataluña: Siglos XVI al XVIII (Barcelona:
Bosch, 1946), I, 168-75, y Vilar (436), y compárense con: Elliott
1963 (52, 107-10, 112, 113-17), que aduce fuentes más imparciales;
Joan Reglà, Els virreis de Catalunya, vol. V de Història
de Catalunya (Barcelona: Cupsa / Planeta, 1979), 190; Patrick Williams,
El reinado de Felipe III, en José Andrés-Gallego,
ed., La crisis de la hegemonía española del siglo XVII,
vol. VIII de la Historia general de España y América
(Madrid: Rialp, 1986), 439-40. Cfr. asimismo Joan Reglà, Estudios
sobre los moriscos (Barcelona: Ariel, 1974), 114, 146, 187-89, con Ortiz
Domínguez y Vincent (197-98).
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opone al rey al tomar bando y más porque al haber elegido el de los
niarros se enfrenta con los cadells que era la facción más
proclive al refuerzo de la autoridad
real.28 De otra cosa estarían
igualmente seguros esos lectores: Guinart no acabará sus días
ahorcado. Y esto no sólo por la aparente complicidad del virrey con
los niarros, sino, más decisivamente, porque al destacar que el bandolero
era de ellos y se codeaba con los nobles, y retratar al gran Roque
(61:519) como la encarnación terrible, y atractiva, del catalán
feroz, pero justo, en sus venganzas (Riquer, 107), se le aproximaba a la
estampa coetánea del foragido de origen noble que está al margen
de la ley porque antes se le había marginado políticamente:
Francesc Gilabert señalaría en 1616 como una de las causas
del bandolerismo el que por los pocos oficios [que] tiene su Majd.
para dar a cavalleros de capa y espada en Cataluña, por repartir los
de su Casa Real a castellanos, esperan poco los deste Principado el alcanzar
su merced.29
Es muy posible que lo que Cervantes sabía
de Guinart lo hubiese aprendido de los propios valedores que el forajido
tuvo en Barcelona, entre la nobleza e incluso entre los consellers
de la ciudad y miembros de la Generalidad y del Consejo Real (Riquer,
74, 81), quienes le aplaudían las hazañas porque el bandido
era de su facción y probablemente también porque ponían
en ridículo la autoridad de un gobierno al que, en parte, se hacía
responsable del bandolerismo. Si esto explicaría el verismo del
28 E.
Escartín Sánchez, La sociedad española del siglo
XVII, en José Andrés-Gallego (338-39). Ver también
Joan Reglà, El bandolerisme català del Baroc (Barcelona:
Ed 62, 1966), 33, y, para la dificultad de atribuir diferencias políticas
a estos bandos, Salazar Rincón, 95-96, n 34.
29 Discursos
sobre la calidad del Principado de Cataluña (Lérida, 1616),
citado por García Cárcel (I,247). Elliott 1963 (72-77) y
Reglà (Bandolers, 111-16) estudian bien el asunto. La sección
dedicada por García Cárcel al bandolerismo (245-62) presenta
un excelente resumen del estado de la cuestión. La historiografía
más reciente insiste, con base documental, en subrayar cómo
habría sido la represión la que politizaría el
problema con los conflictos surgidos entre la administración real
y las instituciones catalanas (tesis de Reglà), o la
funcionalidad política del bandolero como brazo armado en la lucha
contra el absolutismo político (Lladonosa), o l'ostracism
polític como una de las causas del bandolerismo (Xavier Torres).
Cfr. con Ludovik Osterc, El pensamiento social y político en el
Quijote, México: Ediciones de Andrea, 1963, inspirado en Celestino
Barallat (1891), para quien los bandoleros ya son como guerrilleros
tercemundistas (217-19), y con José Antonio Maravall, La cultura
del Barroco [1975] (Barcelona: Ariel, 1983), a quien parecen un
tanto prematuros los rasgos románticos y
prenacionalistas que Vilar y otros dieron al bandolerismo catalán
(115).
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escritor al presentar un virrey amigo de los niarros, también hace comprensible que su Guinart parezca representar menos una facción específica que lo que ambas tenían en común: el ser, frente a Madrid, catalanes ofendidos (72:593) que con facilidad dan o quitan la vida por la honra30, perdiéndose así en la
30 Los trabajos de Persiles y
Sigismunda, III: 12; en la ed. de J. B. Avalle-Arce (Madrid: Castalia,
1969), p. 366. El contexto completo de la cita es: Los catalanes, gente,
enojada, terrible, y pacífica, suave; gente que con facilidad da la
vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos,
que es como adelantarse a todas las naciones del mundo. Corrobora así
Cervantes el juicio expresado por don Quijote, que, por entero, reza:
Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros,
hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos
y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza,
única. Un ilustre catalán, Francisco de Moncada,
escribiría poco después que en materia de venganza [a
los catalanes] no había para qué solicitalles (155),
en un libro, que citamos por la ed. de S. Gili y Gaya (Clásicos
Castellanos, Madrid: Espasa-Calpe, 1941), la Expedición de los
catalanes y aragoneses contra turcos y griegos (1623), compuesto cuando
todavía en Atenas la peor maldición que se podía echar
a alguno era la proverbial de La venganza de los catalanes te
alcance (140). Aquí la gesta de los almogávares gente
de algarada, a quienes Mariana llamaba ladrones (BAE 30:450a)
y por ello aproximable al bandolero catalán del siglo XVII y
de manera que recuerda a lo que Guinart piensa de su vida/laberinto eslabonado
por venganzas, es presentada como la bizantina peregrinación
(231) de unos hombres de fuerzas invencibles (3) que, avivadas
con el agravio (108), las emplean para buscar honrada y justa
satisfación en una venganza . . . señalada
y atroz (109) que, jamás aflojando (148), les enreda
en venganza insaciable (152) y prolongada durante trece
años de guerra; y con esto dieron fin a toda su peregrinación,
y asentaron su morada [en Grecia], gozando de las haciendas y mujeres de
los vencidos (231). Tiene sentido que Moncada evoque con nostalgia
las hazañas de los nuestros (1), cuando su fortuna
y valor andaban compitiendo en el aumento de su poder y estimación
(3), en una época en que el antiguo poderío naval catalán
había quedado reducido a cuatro galeras mal proveídas, se rebajaba
aquella estimación al imponer las armas de Castilla y León
a la entrada de las Dressanes (atarazanas) de Barcelona y se había
llegado a la pre-separatista crisis de 1621-22, en la que Moncada, a la
sazón joven conde de Osona, medió conciliadoramente. (Véanse
Riquer, 45-47, y Elliott 1963: 129, 147-81). Se entiende bien así
el realce dado en el libro a asuntos en los que resuenan agraviados acentos
comparables al discurso de Copons, embajador catalán en Madrid, 1622
(Elliott, 153). Notable es el de los vasallos quejosos del rey porque,
ausente y ocupado en gobernar mayores estados, los tiene
opresivamente gobernados por otra mano que la propria y hechos
presa de ministros y gobernadores en que siempre puede más la
pasión que la verdad, más su particular interés que
la común utilidad (184-85; cfr. 7, 231-32). Por lo mismo se
explica la memoria reivindicadora de quien sintiéndose catalán
reclama atención como español. Cuando en 1304 los almogávares
dieron [p. 80] barreno a sus barcos en
Gallípoli sentaron ejemplo a la hazaña de Hernán
Cortés en el Nuevo Mundo: No quiero hacer juicio si éste
o el de los catalanes fue mayor hecho . . . Españoles fueron
todos los que lo emprendieron; sea común la gloria (124).
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enfermedad31 de un bizantino laberinto eslabonado por venganzas (60:514), hijas de otras que se remontan a un oscuro y remoto no sé qué deseos de venganza (60:513) esperables en una sociedad descontenta con las autoridades.32 Serían, pues, hombres admirables de por sí pero accidentalmente abismados en una vida criminal que, si era cosa ajena de toda cristiandad, era también digna de toda lástima, según ya había notado Cervantes en La Galatea.33 Entre ellos Guinart era, en tiempos del novelista, el que mejor podía representar lo salvable del agresivo descontento catalán por su fiera nobleza de ánimo y la estatura heroica que le habían dado ciertas hazañas de sabor caballeresco,34 nimbadas además de proverbial cortesía,
31 Está
claro que, cuando don Quijote se refiere a la vida criminal de Roque como
enfermedad (60:514), usa esta palabra como en el memorial antes
citado (n 25), y con la misma intención que Sancho
cuando, compungido por una de sus trifulcas con el hidalgo, le pide perdón
diciendo que su conducta y errado hablar más procede de enfermedad
que de malicia (11.28:257).
32 Lo que pudiera
enfrentar a las facciones señoriales de niarros y cadells, y a los
bandoleros que eran su instrumento de acción, era menos importante
que el clima de que ambos se aprovechaban y gracias al cual prosperaron:
la poussée de mécontentement qui rend sympatique
l'indiscipline violente, qu'elle défie l'autorité de Madrid
interpreté par le viceroi, ou celle des organismes catalans, fort
soumis malgré leur prétentions à l'independance,
señala Pierre Vilar en La Catalogne dans l'Espagne moderne
(3 vols., París: S.E.V.P.N., 1962), 1, 623-24. Gregorio
Marañón ya había explicado de la misma manera el bandidaje
que en los últimos años del reinado de Felipe II infestaba
Cataluña, y también Aragón y Valencia. Ver Antonio
Pérez [1942], en sus Obras completas (Madrid: Espasa-Calpe,
1970), VI, 504.
33 Edición
R. Schevill y A. Bonilla (Madrid: Bernardo Rodríguez, 1914), I, 124-25.
Cervantes se refiere aquí, con semejante admiración, a otro
forajido, valeroso caballero catalán, también lanzado
al bandidaje por ciertas enemistades, sin especificar la
facción.
34 Como, por
ejemplo, desafiar a sus enemigos con cartel o subirse al castillo de Montcada
para allí tañer a somatén contra sí mismo
la campana de la capilla (Riquer, 70, 73, 74). Los carteles de batalla
de Guinart publicados por F. Rodríguez Marín en los apéndices
de su ed. (Madrid: Atlas, 1949) del Quijote (X:112-114) muestran un
lenguaje de fórmula y una característica mención de
agraviar que indican parentesco con los antiguos
[p. 81] desafíos de los almogávares
(Moncada, 29, 111-12) y los popularizados en Tirante el Blanco, de
Joanot Martorell y Martí Joan de Galba; véase la ed. de
Martín de Riquer en Clásicos Castellanos (Madrid:
España-Calpe, 1974), I, xiv, 244-47.
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generosidad y la fama de que Déu li
ajudà.35
El lector que en 1615 desconociese que el forajido
había sido indultado inevitablemente pensaría que eso era lo
que merecía y acaso también que esa alternativa debía
generalizarse en vista de la inutilidad de los medios sangrientos para extirpar
el bandolerismo.
Que esto último era una de las sugerencias
de la novela es cosa que darían por segura quienes supiesen de la
amnistía y la detectasen en las veladas alusiones que a ella hace
Cervantes. Esta clase de lector, al notar el flagrante desacuerdo entre el
calendario histórico y el de la ficción, podría, pues,
pensar que Cervantes lo habría hecho por razones artísticas
y políticas. Doctrina suya es que las fábulas
mentirosas, esto es, las novelas, hay que escribirlas de modo que
admiren, suspendan, alborocen y entretengan (1.47:567). Y esto
se cumpliría menos pintando al buen ciudadano Guinart de capitán
del rey en Nápoles que contra él, encarnando suspensiva y
dramáticamente al bandido justo, un motivo literario de reconocidad
eficacia artística.36 Por otro lado,
este guiarse por los dictados de lo discreto literariamente,
permitía a Cervantes referirse de manera oblicua, o sea, con
discreción artística y a la vez cívica, a sucesos verdaderos
que, explicados con todos los puntos sobre sus
íes,37
35 Riquer
(78). Cervantes vuelve a retratarlo admirativamente en el entremés
de La cueva de Salamanca, compuesto antes de la amnistía del
bandolero: robáronme los lacayos o compañeros de Roque
Guinarde, en Cataluña, porque él estaba ausente; que, a estar
allí, no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés
y comedido, y además limosnero (Teatro completo, ed.
de Florencio Sevilla Arroyo y A. Rey Hazas, Barcelona: Planeta, 1987, 815).
36 Ver nota
8 de Avallle-Arce (60:508) y la 101c de Gaos (II, 846). Cfr. con Elizabeth
Frenzel, Diccionario de motivos de la literatura universal,
traducción de Manuel Albella Martín (Madrid: Gredos, 1980),
28-35.
37 Son del orden
de los que amenaza comunicar Ginés de Pasamonte al murmurar entre
dientes que en las galeras de España hay más sosiego
de aquel que sería menester (I.22:268). Sobre esto véase
la nota 207a de Gaos (I,444) y cfr. con la 217b, en p. 445.
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hubieran resultado en gallo de arbitrista tan impertinente en una novela
cómica como toscamente obvio era el de Orbaneja con su
rótulo.38
Para descubrir a qué hechos verdaderos
apuntaba la novela no había más que considerar cómo
se desvirtuaba en Cataluña la orden de expulsión de los
moriscos39 y ver lo que pasaba en 1614, cuando,
el 24 de octubre, el virrey, don Francisco Hurtado de Mendoza y Cárdenas,
II marqués de Almazán, informaba al rey de su fracaso contra
el creciente poder y número de los bandoleros: No se puede
más, que la tierra los produce como hongos, ella los fomenta y
defiende.40 La crisis del Principado
era general. Faltos de protagonismo colectivo, la bandositat y la
alienación política de los catalanes había llegado a
tal extremo que se hablaba de restablecer el orden por conquista
con la caballería e infantería de
Castilla.41
Así, cuando a Cervantes se le ocurre
novelescamente imaginarse a Roque Guinart de forajido impune en 1614, y en
una escena que tiene como telón de fondo un bosque de ahorcados en
racimos de veinte o treinta bandoleros (60:507), es como si dijera
que el aumento del rigor (para 1617 las ejecuciones se harán ya en
racimos de ciento y treinta42) no acabaría
con la disidencia de la que Guinart no era sino un
representante.43 Era también un modo
de aludir a la posibilidad real de atraerse a los
38 II.3:42,
71:589. En 11.1:19-21 Cervantes saca a don Quijote de chiflado arbitrista.
39 Ver
Domínguez Ortiz y Vincent (197, 244-50, 255); Reglà, Estudios
sobre los moriscos (101-02); García Cárcel (II, 127) y
también su estudio El itinerario de los moriscos hasta su
expulsión (1609), en Angel Alcalá y otros,
Inquisición española y mentalidad inquisitorial (Barcelona:
Ariel, 1984), 69; cfr. supra, n 23.
40 Reglà,
Els virreis (188); Elliott 1963: 87, 114-15.
41 Jaime Vicens
Vives, Approaches to the History of Spain, traducción de Joan
Connelly Ullman, 2a ed. (Berkeley: University of California Press,
1970), 96; Elliott 1963: 114-15; Reglà, Els virreis (188-89),
Bandolers, 115.
42 Riquer, 61.
43 Esto es lo
que, sin necesidad de glosa alguna, comunican los hechos que abren el episodio,
como bien nota Vilar: Don Quijote despierta una mañana bajo
un racimo de bandoleros ahorcados y [subrayamos] rodeado de otros cuarenta
vivos, por donde me doy a entender dice que debo de
estar cerca de Barcelona. ¿Se trata de un cuento? No, es la exacta
realidad. Añade el ilustre historiador que la fase aguda del
bandolerismo catalán (1605-15) representa casi una
disidencia, así como la desconfianza y acrimonia que ello trajo
a las relaciones entre Madrid y Barcelona es ya un preludio de secesiones
futuras (436).
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catalanes agraviados si para ello se usaban, en vez de los recursos violentos,
los que permitiesen su incorporación al orden nacional, como la
histórica de Guinart en
1611.44
Resuelta así la irregular aparición
del bandido en la novela se entiende mejor el partidismo insinuado en el
virrey como un acto de subversión ideal, previo y paralelo al de la
tentativa de eximir a los Ricotes de la ley que ordenaba su destierro. La
propuesta cervantina de soluciones de excepción implica desazón
ante la habitual política del gobierno hacia el español marginado.
Frente a la expulsión masiva o la ejecución en
racimos, Cervantes parece aconsejar su recuperación como
ciudadano útil al reino. Los lectores que admirasen en Roque su
nobleza, su gallarda disposición y estraño
proceder (60:516), ya sabían, de veras o imaginariamente, que,
cuando el forajido dice en 1614 aunque me veo en la mitad del laberinto
de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto
seguro (60:514), lo decía retóricamente a destiempo porque
su futuro ya era pasado y había, en efecto, llegado a buen puerto.
Su esperanzado porvenir había sido tan cierto que bien podría
su ejemplo asegurar que el perdón de los pacíficos Ricotes
los haría tan buenos ciudadanos como en 1614 lo era el ex-terrible
Perot Rocaguinarda.
Recordar la feliz solución al desvío
de Guinart para proponer la de los Ricotes, todavía pendiente y nunca
llevada a fin en la novela, equivalía a dejar constancia emblemática
de cómo podría haberse evitado la tragedia de la expulsión
de los moriscos (1609-14), hecho ya irremediable, y de este modo conjurar
la de la separación de Cataluña, en 1640-1652, cada día
más presagiable. Sacando Cervantes a Guinart ficticiamente fuera de
la ley en 1614 llevaba sus lectores a evocar su definitiva pacificación
de 1611 y a contrastar aquel acierto con los desastres presentes y los peores
que auguraba la política del gobierno. Los remedios buscados entonces
no atendían a disipar el resentimiento de reino segundón con
que se ofendía a la nobleza del
Principado,45 no respetaban sus viejos fueros
y daban por sentado que bastaba la mano dura para neutralizar el encono
catalán: La medicina es el
44 Para
la política de promesas redentoristas, ejercida por virreyes
catalanes, como el conde de Aitona (1580-81), y castellanos, como fue el
obispo de Tortosa y perdonador de Guinart, don Pedro Manrique, véanse
García Cárcel (Historia, II, 64-65) y Riquer, 78.
45 Sólo
después de las guerras de 1640-52 se acudió a corregir esa
situación. Ver Elliott, Imperial Spain, 362.
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rigor.46 Tal fórmula, añadida
a la empozoñante
exclusión,47 sólo podía
llevar a un conflicto tan destructor como el que había arrancado de
España a sus ciudadanos moriscos.
Para Cervantes, que, a su estilo, había
registrado la irritación castellana hacia los
catalanes,48 parecía claro que si
sobre los moriscos, esta nación, más desdichada que
prudente, según decía Ana Félix Ricote, había
llovido un mar de desgracias, (63:539), sobre la catalana se
acumulaban los nubarrones.
Una observación epilogal. Cervantes
idealiza, aquí y allá, las historias del bandolero y la familia
morisca alternando para ello el rosado foco del romance (en el sentido
inglés de la palabra) y la descarnadora lupa de la
novela.49 Es lo esperable en el autor cuando,
como hace en el Persiles, somete su escritura a la más
alta intención ideológica(Avalle-Arce, 27). También
lo es cuando aborda el tema de la convivencia tolerante o la destrucción
46
Reglà, Els virreis, 195.
47 En 1598 el
padre Juan de Mariana, refiriéndose a los estatutos de limpieza,
había señalado que se hacían tantos enemigos cuantos
quedasen excluídos de los negocios públicos por defecto
en la casta, tachando de tiranía esta política pues causaba
que, fraccionada en bandos [=castas] la república, esté
sin cesar oprimida por el increíble odio de la mayor parte de los
ciudadanos, odio de que a la primera ocasión que se presente ha de
nacer la guerra civil y la discordia (BAE 31:542). Son palabras posteriores
al levantamiento morisco (1568-70) que, evidentemente, aconsejan reformas
para evitar la expulsión, considerada en 1582. Consumada ya, la
advertencia de Mariana será reiterada por López Bravo en 1616
(p. 185) y por Fernández de Navarrete en 1626, cuando la moraleja
era más aplicable a la exclusión política de los catalanes
que a peligro alguno derivable de la casticista. El último decía:
. . . los reinos en que hubiere muchos excluídos
están en grave riesgo de perderse . . . Y el doctor Mateo
López Bravo . . . lo dijo con su acostumbrada elegancia:
Tot hostes, quot exclusis (BAE 25:466). La referencia a López
Bravo la hacemos según la ed. de Henry Mechoulan, Mateo López
Bravo, un socialista español del siglo XVII: Introducción y
edición del De rege et regendi ratione, Madrid: Editora
Nacional, 1977.
48 De entre
la anónima multitud barcelonesa que se regocija con el paseo burlesco
de don Quijote, Cervantes singulariza precisamente a un castellano
(62:524), el único que, con voces semejantes a las del capellán
de los duques de Aragón (31:279,282), se mete a reprochar a Moreno
y sus amigos caballeros la irrisión que se hace al hidalgo manchego.
Para explicar esas palabras de agravio no da Cervantes otras razones sino
la muy gran lástima que el hombre sintió por don
Quijote. Acaso no las necesitara, ya que, habiéndose dado el trabajo
de señalar la patria chica del transeúnte, fácilmente
se recibe la impresión de que al castellano le molestaba que un paisano
suyo fuera objeto de mofa catalana.
49 Cfr. E. C.
Riley, Cervantes: Una cuestión de género, en Haley,
El Quijote de Cervantes, 37-51.
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fratricida de los seres humanos, asunto tan espinoso y enrevesado que su
solución parecería requerir ejemplar lección de la
providencia, definida por el autor como aquella que comúnmente
es llamada fortuna, que no es otra cosa sino un firme disponer del cielo
(IV.14:474). La providencia, ordenadora de la acción del
romance, es, en efecto, para Cervantes, la atalaya desde la cual puede
leerse derecha escritura en los torcidos renglones de estas mudanzas
tan extrañas de la fortuna (Pensiles, ibid.) porque,
si es cierto que en esta vida los deseos son infinitos, y unos se encadenan
de otros y se eslabonan y van formando una cadena que tal vez llega al cielo,
y tal vez se sume en el infierno (1V.10:458-59), también
parece que el bien y el mal distan tan poco el uno del otro, que son
como dos líneas concurrentes, que, aunque parten de apartados y diferentes
principios, acaban en un punto (1V.12:464).
Una providencial mudanza la que introduce
en el ánimo de Guinart la contemplación de la
inconsiderada muerte (60:511) que Claudia Jerónima da
a su amado cadell hace esperable la otra, aun más
bizantina, de que las autoridades amnistíen al bandolero, para que
por todo ello se haga posible que eslabonados crímenes permitan la
vía al cielo, en vez de llevar al infierno. Esto, que es puro
romance, en el caso de Guinart había sido histórico.
Se entiende así el deliberado peso que da Cervantes a su
discreta/artística manipulación de lo verdadero.
Si el futuro (un escamoteado ayer) del bandolero y el implícito porvenir
de los Ricotes aseguraban al lector que los luminosos finales de
romance al estilo de los de la mora Zoraida y La española
inglesa eran viables en este mundo, también indicaban que el desenlace
dado a la cuestión morisca y el que amagaba a la catalana, finales
tan cenicientos como el de la gestión quijotesca en los entuertos
del pastorcillo Andrés (I.4,31) y la hija de doña Rodríguez
(II.56,66), eran ejemplos de los males de culpa provocados por
el desasosiego humano, evidentemente todavía muy lejos de su
centro, que es Dios.50
UNIVERSITY OF CALIFORNIA, SANTA BARBARA |
50
Persiles, III.1:275, IV.10:457.
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